Bueno, luego de casi tres semanas de espera por los resultados del scan test, me indica el oncólogo que debo regresar a las quimio. Esta vez, aunque no lo crean, me alegro. Eso significaba que aún hay esperanza y la he tenido siempre, hasta en el momento de lo que narré en la primera parte de esta reflexión, de igual título. Aquel diálogo en el consultorio me cayó como balde de agua helada y temporalmente me nubló. Definitivamente, las oraciones han sido muchas y escuchadas, así que estaré un ratito más bajo la misericordia de Dios. Con más fuerza me levanto y doy gracias por todo en mi vida y al acostarme es obligado pedir el milagro de la cura a esta epidemia que azota sin clemencia a las personas y peor aún, a niños que tal vez jamás entenderán porque les tocó a ellos.
Una muchas veces no tiene conciencia de la fortaleza que posee hasta que tiene que enfrentar retos de salud. Incluso, ignora o no le da la importancia que merece a esa área en nuestra vida. Sin salud, la vida se nos trastoca. Nada, nada debe ocupar nuestra importancia primero que la salud. Irónicamente, en la vida esa importancia la alteramos continuamente. Nos preocupamos, cuidamos y atendemos primero a los demás, que a nosotras mismas. ¡Gravísimo error! Con relación a nuestro bienestar, SIEMPRE debemos ser primero. Solo así podremos ayudar a los demás.
Voy a continuar trabajando con el proyecto de Lolo y disfrutándome a Milán, con eso ya tengo el tiempo bastante ocupado. Dios determina el largo de nuestra existencia; a nosotros solo nos toca como vivirla.